miércoles, 17 de junio de 2009

La Gloria de Olidèn

Un hombre moreno, delgado y alto aparece por la mitad de la calle cargando unos bultos de no se sabe que cosa. De pronto entra a una casa donde la verja es de arena y la fachada es de color ladrillo, como muchas de las casas del barrio Jazmín.

Sus pisos que aparentan ser rústicos muestran que en algún momento de la vida fueron de color amarillo, pero que por el paso de los años han perdido su color.

Al entrar a aquella casa veo que donde debería haber muebles solo hay unos cuantos retazos de mimbre, unas varitas de bambú y una bolsa negra llena de latas, como las de la leche para los niños. Contra la pared un comedor viejo casi en ruinas y dos banquitas de madera a punto de venirse al suelo, victimas del tiempo.

De pronto, ante mis ojos todo aquel material empieza a adquirir forma. En cuestión de diez minutos unos cuantos retazos de muchas cosas habían sido condensadas para formar unas antorchas, que para este hombre moreno, delgado y alto es la forma de ganarse la vida.

Su nombre es José Oliden Rubio, y dice que este es un oficio que heredó de sus padres, “esto era lo que hacían mi mamá y mi papá y mis hermanos y yo aprendimos de ellos mirándolos, pero soy el único que siguió con la tradición.” Afirma que lleva muchos años en este oficio “Yo hago esto hace más de 25 años y le he enseñado a mi esposa y a mis cinco hijos.”

El día se ha tornado caluroso y al son de noticias y uno que otro vallenato el ambiente se hace ameno para trabajar.

Al otro lado de la sala- taller se encuentra su esposa Gloria, una mujer delgada y blanca vestida con una camiseta negra y un short de jeans azul. En sus manos lleva unos anillos improvisados de color negro con una pulsera que parecieran ser de caucho, pero eso a ella no le importa porque las luce como si fueran las alhajas más costosas y hermosas del mundo.

Aunque Gloria sea su nombre y bello su significado no tiene nada que ver con ella. Su vida ha estado marcada por la necesidad y el rebusque, nunca aprendió a leer, ni a escribir, pues sus padres que vivían en una pobreza absoluta nunca tuvieron el dinero para darle estudio. Cuando no tiene trabajo con las artesanías ella lava ropas ajenas y hasta busetas de la ruta 7/4.

Olidén orgulloso de mostrar su trabajo cuenta que ellos hacen muchas cosas además de antorchas. Sin perder su trabajo de vista y levantando poco a poca la mirada me muestra su obra, son unos abanicos que adornan la pared de lo que debería ser la sala, pero que en este momento es el taller. También me muestra campanas, canastos, una cortina que aún no ha terminado y hasta un instrumento musical.

Afirma que no se gana mucho con las artesanías “por hay unos 400 mil pesos mensuales cuando está bueno el trabajo cuando no, no gana uno nada”. Por eso para mantener a su familia muchas veces le toca trabajar en construcción, cogiendo café o armando casetas para bailes.

Repentinamente al taller entra corriendo una niña con una botella de Coca Cola litro llena de limonada, la cual pasa a Olidén para que calme la sed de aquel día que cada vez es más caliente. Luego la pequeña se sienta y toma entre sus pequeñas manos una de las antorchas que su padre le ha pasado para que la termine y con una agilidad sorprendente empieza a tejer.

En seguida dos niños más hacen lo mismo, mientras uno de los hermanos mayores parte unas varitas de bambú que hacen falta para terminar algunas de las antorchas.

Ya ha caído la tarde y con ella la finalización de los trabajos. Es así como la familia se reúne en torno a las artesanías, todos colaboran haciendo de esta una verdadera empresa familiar, que solo espera que algún día alguien les tienda una mano para poder comercializar sus productos y no tener que regalarlos por unas cuantas monedas.

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